A veces me pregunto qué línea es la que separa la imaginación, la razón y la locura. Si intentamos medirla cuantitativamente a lo mejor nos damos cuenta de que es muy fina y de que efectivamente forma un triángulo entre estas capacidades cognitivas.
En la medida en que las tres forman parte de nosotros es creíble pensar que sus extremos se tocan, que se solapan y que de alguna manera se encuentran en contínua danza. Como la danza aparentemente caótica que observamos en las partículas del aire cuando las atraviesa una luz directa.
Es bonito y necesario imaginar. El miedo, que tan necesario es, a veces proviene de esos pensamientos que imaginamos, igual que aquellas imágenes que nos vienen a la cabeza cuando pensamos en lugares lejanos o en situaciones irreales. De hecho, gran parte de lo que vemos es imaginado, o al menos en parte influenciado por nuestra imaginación. Sólo tenemos que pasar dos veces por el mismo sitio en circunstancias differentes para darnos cuenta. La imaginación es buena y necesaria, pero no debe ser el único caballo que tire de nuestra carreta...
Es por eso que hace falta la razón, la reflexión objetiva. Gracias a la razón sopesamos pros y contras, ventajas y desventajas... Un ejemplo: si sólo usáramos la imaginación existiría la perfección a nuestros ojos... un vez que entra en juego la razón vemos que la perfección es sólo un espejismo, es más, que no tiene tanta gracia como parece, y que en el fondo siempre hay blancos y negros en la naturaleza... así que la razón nos enseña a apreciarlos, a aceptarlos y a vivir de acuerdo con ese patrón, y fin de cuentas con la naturaleza de las cosas: del amor, de la convivencia, de los que nos rodean, del tiempo y el espacio, de los sueños y las posibilidades...
Hace tiempo escribía sobre un lugar imaginario en el que no pasaba el tiempo, y siempre era de día o de noche, y siempre desayunábamos o cenábamos, paseábamos o dormíamos... ¿No es acaso humano querer aferrarse a los momentos, a las personas, a los lugares, a los que se han ido, a los recuedos y a las vivencias imaginadas?
Si bien es cierto que la imaginación es esencial, también es un arma de doble filo: un arma que a veces es como una droga y otras es veneno. Hay una historia que siempre recuerdo cuando me agobia una situación que trata de un indio que fue encarcelado sólo durante una noche. Al no saber aquel nada sobre las cárceles ni entender lo que le estaba sucediendo, el pobre hombre se sentía tan desdichado y con tal ausencia de información, sin conocer más allá de sus circunstancias presentes, que no pudo esperar a la mañana siguiente para empezar un nuevo día en libertad y se quitó la vida. A veces a todos nos pasa que no razonamos sobre nuestra situación, sólo nos dejamos llevar por lo que queremos ver, y cometemos errores, o nos preocupamos o quejamos innecesariamente. Y lo que es peor, no apreciamos en absoluto lo que nos rodea, lo que tenemos y a los que tenemos a nuestro lado... de una manera u otra.
Vivimos todos a la orilla de un río. Vivimos en un río. Vivimos también en el mar donde desemboca y en la montaña donde nace. No es fácil entender si somos el agua, las piedras o la arena de la playa que se forma al final. Sólo podemos disfrutar de esas metamorfosis y mudas constantes que forman parte de la vida, que somos nosotros mismos. Nuestro único grado de libertad es elegir si nos aferramos a las cosas o si nos dejamos llevar por la corriente. Y creo que en esa dinámica estamos siempre inmersos. Pero lo más importante es es ser consciente de lo que tenemos, hemos tenido y tendremos si sabemos apreciarlo, en esta corriente que nos lleva, para poder elegir usando la imaginación y la razón.